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Como acabar con el atraso y salir de la pobreza
I – El problema:

El otro día tuve que sacar una fotocopia de mi cartera conducción para apelar a una multa de tránsito. Fui a la papelería, cerca de casa, y enfrenté una pequeña cola. Frente a mí, un sujeto, que aparentemente tenía cinco años menos que yo, me dio conversación.

Era un indiano que hablaba muy mal el español. No suelo dar atención a personas con charlas sin importancia, pero vi que el extranjero tenía contenido. Como considero curioso la historia de las religiones orientales y la cultura diferente del sistema de castas, empecé preguntándole sobre el hinduismo. Y me respondía solícitamente con largos discursos y una sonrisa irradiante en el rostro.

Enseguida, descubrí que él tenía la misma formación académica que yo. Cursó economía en Londres. El tema fue de la teología a la política monetaria, sin embargo, sin demora y como siempre, versó sobre un tema universal.

¿Fútbol? Uuuuuyyyyy… se equivocó, amigo. Es casi eso, pero no es...

Parafraseando una letra de música de mi autoría (propaganda engañosa de este cara dura): “(…) sobre todo lo que pasó / Mi equipo nunca anotó un gol / No tengo equipo ni parasol / Odio crímenes y balón (…)”.

Listo, lo asumí– corriendo el riesgo de ser impopular – pues el fútbol no es mi playa. Entonces, ¿cuál era el asunto?!Qué mierda! Di algo, Marcelo! Desembucha!

¿Qué es casi fútbol? Simple: mujer.

El conterráneo de Mahatma Gandhi inició narrativas acerca de sus peripecias como Don Juan. Me dijo que nunca salía con amigos para sentirse más libre para flirtear con las mujeres y no tener el trabajo de buscarlas acompañado de amigos. Resaltó que – según él – la presencia de más de un hombre frente a una mujer podía confundirla. Entonces, simplemente, dispensaba la compañía de otro macho y así garantizaba la hora de partir para el ataque y divertirse con la próxima fémina.

Hasta ese momento, yo estaba aprendiendo un poco más con relación al complejo universo femenino, sin embargo, ya estaba empezando a irritarme con aquella prosa.

Sabe… nunca fui “aquel hombre”. Tengo cara de nerd y, así como Dylan Baker, uso lentes... lentes...

Disculpa inconsistente de quien batalla para caramba con el propósito de alcanzar – una media – al finalizar el trimestre, un saldo de apenas unas cuatro vaginas consumadas.

Tanto sacrificio para, finalmente, conmemorar: "CONSUMMATUM EST!".

Y, con mucha suerte, a veces poder gritar: "CONSUMMATUM EST OEST!".

Chiste seudointelectual que sólo los lectores que conocen un poco de latín o de la biblia van a entender. O Google está ahí. Busca, mi hermano.

Al inicio, me mostré como si fuera un cogedor, pero enseguida, sudé frío y mi sonrisa amarilla acabó denunciando que no pasaba de un calabacín.

¿Quién aquí ya vio la película “El virgen de cuarenta años”? Bueno… no llego (gracias a mi buen Dios) a ese estado virginal tan extremo del personaje, gran actor Steve Carell, pero ante la revelación de Hare Krishna comedor, me sentí humillado. ¡Qué mierda!

¡El hombre me contó que cogía de ocho a nueve mujeres por semana! ¡Qué condición distante de mi realidad!

"Oh, vida tonta!" – como decía mi finado abuelito.

Y, como si no bastara, todo arrogante, empezó a señalar y decir:

– ¿Ves aquella, allí, de lentes oscuros?, ya la cogí. Aquella que me acabó de sonreír, también. La de verde, fue mía, también, pero hace tiempo, unas tres semanas…

– ¡Detente amigo! – le dije – ¡Para el baile, por favor! Dime, rechazador de carne de vaca y apreciador de la carne humana del sexo femenino, ¿cómo haces para conquistar tantas vulvas? Sé solidario y cuéntame.

– Pero tú eres más viejo que yo – espetó Hare Hare, con una fisionomía irónicamente ingenua – debes tener más experiencia.

Voy a dejarlo de lado, mañana voy a resolver eso. Es muy degradante para quien aún insiste en ser tomado a serio, al menos, un poco...

– ¿Quiere saber de una cosa, indiano maldito? La Cachemira debía ser dominada por Paquistán, imbécil!

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II – La solución:

Y pensar que, a los quince años – en aquella fase de la masturbación que la gente tiene la necesidad vital de colocar la esperma del rabo para fuera – y apelaba pal carajo, llegando al colmo de prometer casamiento para la hija de doña Isolina.

Doña Isolina trancaba a su hija Bartira – ya con veinticinco años (muy vieja para una adolescente de quince) – bajo siete candados.

La muchacha era tan horrible que Doña Isolina moría de miedo dejarla salir a la calle y la chica ser insultada. Pobre Bartira…

En el glamour de su primer cuarto de siglo de existencia, nunca había besado en la vida. Ningún hombre gritaba "RICURA ¡SIGH! ¡AINS!, para la pobre Bartiriña.

Pero aquí, Marcelito enfrentó! Estaba feo el negocio...

Cuando doña Isolina salía, a las seis horas de la mañana, para abrir su verdulería llena de ratones, yo saltaba el muro de aquella vieja casa e iba al encuentro de la feúcha Bartira.

Todos los días, la encontraba llorando, lamentándose por ser la muchacha más fea del barrio. Daba un trabajo consolarla. Eso me costaba, en lo mínimo, unos treinta minutos de preliminares hasta Bartira ceder.

– No llores, Bartira, tú eres linda por dentro. Tan maravillosa como tu nombre. Si los hombres no ven tu belleza, es porque el problema está en ellos y no en ti.

Era una labia fofa, pero con Bartira funcionaba. Paraba de llorar y yo mandaba cohete. ¿Qué iba a hacer? Era lo que tenía para el momento. Mejor así que estar cinco contra uno... Cójase por amor a la patria. Un hombre con coraje es la mayor grandeza…! Hurra!

Pero la desgracia no se restringía exclusivamente a las ojeras semejantes a las de Enrique San Francisco ni a la nariz parecida con la de Adrien Brody. Bartira soñaba en entrar en la iglesia vestida de novia y velo. Y yo tenía que prometerle que tendría el honor de ser su hombre por el resto de nuestras vidas. ¡Qué suplicio! Y Bartira creía… y cedía.

Bartira poseía sus cualidades. Si nada es perfecto, también nada es totalmente imperfecto. Ni aún la repulsiva y fea Bartira. Cerraba mis ojos y pensaba: "Es Sharon Stone y vamos hasta el fin".

Digamos que – tomando el debido cuidado para no caer en la vulgaridad – Bartira era hábil para manifestarse con su cavidad bucal sin necesitar hacer uso de la voz. Y entonces todos sus defectos desaparecían como por arte de magia.

A su ínfima estatura se le unía su hendidura labial bien aproximada a la materialización de mi ímpeto predestinado a contribuir con la continuidad de la proliferación de la especie humana en el Planeta Tierra. Lo que – dígase de paso – facilitaba bastante las cosas.

Los ojos torcidos y bizcos de la dulce criatura parecían una sensual mirada en su vaivén, mirando de lado con esos ojos coqueteantes, llenos de luz y alegría, elevando su figura.

El exagerado cuello, cuestión muy ventajosa, funcionaba como un muelle propulsor con el cual Bartira podía ser más ligera.

Los escasos dientes de Bartira contribuían para que yo no me hiriera.

La cabeza plana de Bartira era óptima como un porta vaso de Coca-Cola.

Y las orejas de abano de Bartira servían y cómo, de agitadoras, de las cuales me agarraba, una en cada mano, para agitar a la pobre Bartira e incentivarla a aumentar la velocidad.

Desde temprano, aprendí a ver el lado positivo de las circunstancias. Por eso, tengo deseos de escribir un libro de autoayuda. ¿Ustedes comprarían un libro de autoayuda escrito por Marcelo Ácido?

Dejando esa pesquisa de mercado para otra hora, vamos a volver a Bartira. Dulce Bartira...

Era una linda tarde y Bartira se mostró más difícil que de costumbre. Me dijo que no podría ceder porque estaba menstruada.

Un escalofrío tomó cuenta de toda mi columna vertebral. Hacía tres días que no saltaba aquel muro zarrapastroso y no podría irme de aquella casucha sin soltar algunos millones de espermatozoides por allí.

– Bartira, Bartirita, ¿existe alguna cosa más bonita en este mundo que una mujer menstruada, Bartira? La menstruación es la esencia femenina. Es la exteriorización de lo que hay de más expresivo en la naturaleza de una mujer.

Los ojos de Bartira brillaron y entonces hubo los primeros movimientos de quien acosa. Sólo que titubeó un poco más.

– Marcelo, ¿yo te gusto de verdad?

Uyyy… no soy un canalla, detesto la mentira. Pero precisaba, necesitaba mucho, consumir la decadente Bartira, por lo menos, una vez más.

– Bartira, amable Bartira, ¿aún no te diste cuenta de eso? – respondí con una mirada lánguida.

– Ay, Marcelito, ven acá…

Listo, misión cumplida. Bartira fue utilizada, con clase, por última vez.

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III – El aprendizaje:

Al día siguiente, estaba sentado en el banco de la plaza del barrio, conversando con mis amigos, cuando veo, a media luz, surgiendo del horizonte a la notable Bartira.

Ella había pasado con su pintalabios un centelleante rosa. ¡Puaf! Se hizo los rayitos en su pelo crespo, vistió una mini saya roja que doña Isolina debe haber comprado en una feria a través de alguna troca por quimbombó y repollos, y calzó unos zapatos de tacón alto rojo, tan altos, que Bartira casi consiguió llegar a un metro cincuenta y cinco de altura.

¡Ay, ay, ay! ¡Qué constreñimiento..!

– ¡Hola Marcelo! ¡Cómo es bueno encontrarte por aquí!

– Dime, Bartira... – Le dije, bien secamente.

– Marcelo, ¿Tú no me dijiste que yo te gustaba?

– No, Bartira, solamente te pregunté si no habías dado cuenta de eso, o sea, en ese caso, si no te diste cuenta que no, que no me gustas.

Bueno… es claro que no me vanaglorio de eso. Para decir verdad, me siento bastante avergonzado por haber invocado de esa forma. Pero prefiero, eventualmente, partir el corazón de alguna lectora que, por ventura, esté apasionada por mí, que perder el chiste. Ácido, como siempre, pero gracioso.

Confieso que mi pecho aún duele, un bocado, toda vez que me acuerdo de la cara de Bartira cubierta de lágrimas.

Es desgarradora la imagen que tengo guardada en mi memoria de los poros gigantescos y abiertos de su faz – que más parecían crateras volcánicas – y de sus espinas, que se quedaron encharcadas con el néctar oriundo de su harto canal lacrimal.

Pero, después de rezar media docena de ave marías y padre nuestros, me absolví con la justificación de que la culpa era de mis inquietas hormonas juveniles.

Va aquí un consejo para las mujeres: hagan un curso de interpretación de textos, si no, las señoritas serán engañadas e iludidas.

Y, hoy, usted aprendió, con Marcelo Ácido, como acabar con el atraso
y salir de la pobreza

James Hunter, Daniel Goleman, Allan Percy y Pierre Dukan que se cuiden. Mercado de libros de autoayuda ¡allá voy! ¡Hurra!

Mingau Ácido (Marcelo Garbine)

Escritor: Marcelo Garbine Mingau Ácido
Traducción: Maria Teresita Campos Avella
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Ilustración Nanci Penna

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